La mítica banda estadounidense fue artífice de un sonido personal y único que los convirtió en la leyenda que son actualmente
Hay mucha gente, sobre todo la que ha estado desconectada de lo sucedido en las catacumbas del rock más primitivo durante los últimos cuarenta años, que si les menciono a Poison Ivy o a Lux Interior, pensarán que me refiero a un superhéroe o superheroína de comic de serie B, Z… o la letra que corresponda. Me pierdo con esta utilización del abecedario. Podría añadir un, “nada más lejos de la realidad”, si no fuera porque, a su manera, estamos hablando de dos superhéroes. Eso sí, ni de cómic, ni de serie B, sino del rock and roll más sexy y bizarro que jamás ser humano alguno ha tenido la valentía de interpretar. He dicho.
The Cramps se curtieron, al igual que algunas de las leyendas de la música de su época, en el CBGB neoyorquino. Como no podía ser de otra forma, entablaron una amistad inquebrantable con sus coetáneos The Ramones. No es casualidad que ambos se apropiaran del Surfin’ bird de The Trashmen. En infinidad de ocasiones, los primeros telonearon a los segundos en un cartel de ensueño para cualquier amante del punk and roll que se precie de serlo. Sobra decir que estaría dispuesto a dejar en agua de borrajas lo perpetrado por Daniel Sancho, el carnicero madrileño, a cambio de haber sido testigo de uno de aquellos aquelarres musicales. Son dos de mis bandas favoritas, no es para menos.
La pareja que formó la banda, núcleo fundacional y fundamental de la banda, era originaria de Ohio. De allí emigraron a New York, atraídos por el fulgor atávico de garitos como el CBGB o el Max’s Kansas City. Como es sabido, ambos fueron los centros telúricos de la música más avanzada y visceral de aquel momento. Estamos hablando de mediados de los años 70, cuando se estaba cocinando un nuevo sonido que sería conocido como punk-rock. Por desgracia, en poco tiempo ese sonido mutará para perder su espíritu original, pervirtiéndose para convertirse en algo mucho más homogéneo y estático, pero eso es otra historia.
The Ramones, Television, Talking Heads, Blondie, Dead Boys, y finalmente The Cramps, una vez superada la reticencia inicial de Billy Crystal, el dueño del antro, serán algunas de las bandas que pongan la banda sonora a las noches del CBGB.
A partir de aquí arranca una carrera que los mantendrá firmes en su intención de perpetrar el más sexy, honesto y visceral rock and roll del planeta. Se sucederán discográficas, managers, y un desfile de músicos que no soportarán la confianza y la férrea voluntad de los dos líderes por mantenerse en su idea artística por encima de todos los obstáculos.
The Cramps no son únicamente música. Son una forma de vida y de entender la cultura norteamericana de la segunda mitad del siglo XX. Son como una amalgama de la cultura underground del país de las barras y estrellas. Aquí caben desde asesinos en serie, hasta despampanantes coches conducidos a toda pastilla por la intrépida pareja mientras suena algún olvidado tema de rock and roll. Ellos mismos los buscaban y los rescataban durante sus visitas a cualquier lugar susceptible de atesorar antiguos temas en soporte vinílico. La indómita pareja los recuperaba del ingrato y sórdido pozo del anonimato, los enriquecía con su personalidad y les regalaba una nueva vida. The Cramps podrían ser considerados paleontólogos del rock and roll.
En algún momento de su carrera utilizaron la palabra psychobilly para darle un toque de imaginación y frescura a sus carteles. Sin saberlo, acababan de inventar un género del que, aun siendo los padres, no son del todo representativos en la actualidad.
The Cramps, hasta el desgraciado fallecimiento de Lux Interior en 2009, registraron un total de nueve LP’s de estudio, un LP en directo, y varios E.p.’s y singles.
Supongo que os gustaría que recomendara algunos artefactos de estos rockandrollers. No pretendo decepcionaros, ni emular al ínclito Feijóo diciendo que si quisiera podría hacerlo. ¡Lo voy a hacer!

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