La historia de la lechuza que quiso gobernar...

Hace mucho tiempo, más de veinticuatro horas,...

... en un reino encabezado por el vástago de un hilarante monarca que había reinado con el sobrenombre de Carliano I el Beodo, vivía un señor feudal con aires de grandeza. Había nacido el andoba, en una aldea perdida en la montaña del noroeste del territorio. El señor vivía ávido por tensionar la convivencia hasta el límite de lo posible con tal de alcanzar su objetivo. Este hombre, Feikjo, conocido en su aldea como el Caralechuza debido a la particular forma de su rostro, amén de su gusto por la oscuridad, vivía obsesionado con arrebatar el puesto al actual válido del rey, Pedrico el Bonico.

El actual rey, Filipop Uve Palito,  habida cuenta de que su padre había sido diagnosticado con diversas patologías que lastraron su público carácter risueño, intentaba manejarse con pies de plomo y dar una imagen de solvencia y honestidad, siguiendo la máxima de intentar obtener un resultado diferente haciendo repetidas veces lo mismo. 
Por si existe curiosidad al respecto, aclaro que entre las susodichas patologías estaba la cleptomanía, el infantilismo, el alcoholismo y una perversa obsesión por el sexo contrario, peccata minuta que diría el bueno de Benito (Mussolini).



Feikjo era un hombre que alardeaba de haberse hecho así mismo, pero no; que presumía de una inteligencia al alcance de muy pocos, pero que me estás contando?!...; que se vanagloriaba de ser un gestor como no había conocido el mundo, pero tampoco...

El pobre hombre vivía vigilado, supervisado, podríamos decir qué atemorizado, por un ser humano excepcional. Se trataba de una hembra única en su especie. El único ser humano unineuronal del planeta, un prodigio que la ciencia aún no había sido capaz de explicar. Desde la explosión de vida del Cámbrico, no se había conocido ningún ser vivo tan inusual y asombroso. El ser respondía al nombre de Ida, y todos en el reino tenían algo claro respecto a ella: no tenía vuelta.

Ida había logrado hacerse con el poder de un feudo insignificante en términos generales, pero aupado por las élites a la categoría de fundamental: un misterio. Otro insondable misterio consistía en como había conseguido que seres plurineuronales, sus vecinos, hubieran apostado por ella para dirigir sus designios. Magia, decían algunos; suerte, decían otros; muy mala suerte, decían otros más; desapego a la vida, decía otro grupo importante.

El actual válido del reino, Pedrico el Bonico, era un hombre con una sonrisa encantadora y unos firmes principios asentados en robustos cimientos de plastilina. El hombre gobernaba para la mayoría cuando quería y para una minoría cuando le parecía. Sin embargo, Pedrico tenía una piedrica que le hacía pupa en su zapatico. Todos los bufones del reino clamaban contra él. Y cuando digo todos, quiero decir todos, excepto los que no, que eran pocos y mal pertrechados.

Los bufones del reino, encargados de expandir los sucesos y las noticias de importancia, estaban en su totalidad al servicio de Feikjo, que era un hombre muy versado en el arte de decir aquello que quisieras o quisieses escuchar. Aunque la verdad es que mayormente gustaba de comprar voluntades gastando generosamente los dineros de otros. También le agradaban al malandrín las amistades peligrosas. De hecho, sus contactos con el mundo del hampa le ayudaron a consolidar una fama de hombre de mundo. De este modo, si cometía algún desliz impropio de sus pretensiones, que los había y muchos,  estos nunca llegaban a oídos del populacho porque los bufones comían de su mano, y a veces, también allí hacían sus necesidades. Sé lo que estáis pensando: se pasaban el refranero por...

Por otra parte, los encargados de impartir justicia, si se le podía llamar así a una recua de apesebrados con el precio pegado en lugar bien visible en sus togas, estaban en gran parte al servicio de Feikjo. 
El aspirante había logrado, arcanos conocimientos mediante, tener de su lado a estos funcionarios bien considerados entre el populacho de la misma forma que podía estarlo el mismo dios, o sea, sin hechos fehacientes que lo respaldaran.

Sin embargo, todos sabemos que la búsqueda de la dicha puede ser muy dura. El pobre Feikjo, a pesar de ser un cortesano diestro en el engaño, vivía atormentado por la sombra de Ida, que pretendía su lugar sin esconderse. Las peregrinas ideas y ocurrencias del ser, tenían que ser seguidas y aplaudidas por él, fueran o no de su agrado, pues así le obligaba la etiqueta de su grupo y su falta de músculo. 

Hasta que llegó el día  en el que Ida cometió una tropelía que dio alas a los bufones para maldecirla, para levantar tímidamente la voz contra ella.  Feikjo, sorprendido y aliviado, entendió que aquel era su momento. Ávido de cambiar su imagen por una que le hiciera parecer más honorable a ojos del pueblo llano, tomó la determinación de llegar a un acuerdo con el válido para repartirse a los jueces en justa proporción a los intereses de ambos: pretendiente y pretendido. Bajo la máxima, "Y a los demás que los zurzan", Feikjo y Pedrico llegaron a un acuerdo a su gusto y necesidad. 

Entonces, se produjo el milagro. Ida, que de todos era sabido que no tenía vuelta, la tuvo. Ella, que había declarado a los cuatro vientos su oposición a que su odiado Feikjo, pactara con el megaodiado válido a repartirse justamente a los impartidores de justicia, cambió su tono y su fondo. Ida vio justo que se repartiera la justicia. Feikjo, aliviado... (Continuará)


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