Hay un tipo de bicho que se da muy bien en Galiza
Desde hace más de un siglo, la extinción de especies animales se ha acelerado en todo el mundo, probablemente debido a la acción humana. El noroeste de la península Ibérica no es una excepción a esta regla fatal. Animales como el oso pardo, las comadrejas o los hurones están en la cuerda floja, indefensos ante la desaparición de su hábitat natural fruto del afán depredador de los seres humanos.
Otros animales, como por ejemplo el urogallo o pita de monte, no han sido observados desde 1998, con lo cual, podemos darlo por extinto na terra das meigas. Esta ave ha sido perseguida sin tregua por los cazadores. Sí, esos que se vanaglorian de ser una fuerza conservacionista, cuando en realidad no son más que una de las causas de la extinción de muchas especies. Por suerte, la caza como ocio está desapareciendo al incrementarse la conciencia popular al respecto. Solo en las zonas rurales, donde los animales salvajes son aún vistos como el enemigo, sigue teniendo cierta fuerza la caza. También entre la derecha pudiente se mantiene como una costumbre que da prestigio y rancio abolengo. Por desgracia, una alta capacidad económica suele ir acompañada más a menudo de lo que pueda parecer de una ignorancia a la altura, cuando no de un egoísmo desatado.
El petiazul, una pequeña ave que habita en zonas de montaña, se extinguió en Cabeza de Manzaneda después de la construcción en la zona donde estas aves nidificaban, de los remontes de la actual pista de esquí. Esto supuso el golpe de gracia definitivo. Todo para sacar adelante una ruinosa estación de esquí en la que nunca hay nieve. Ridículo.
A la luz de estos antecedentes, podría pensarse que todos los animales gallegos están en peligro de extinción. Por desgracia, nada más lejos de la realidad. Hay una larga e infausta tradición que se ceba con Galiza. Los personajes más repelentes y esperpénticos de la derecha española han venido al mundo entre musgo e carballos. Personas a las que dicho término, persona, les queda un poco grande, o, por qué no decirlo: enorme, gigantesco.
La panoplia de personajes dista de ser variada, pero no por ello deja de ser curiosa. Tenemos dictadores acomplejados y sanguinarios como Francisco Franco. Un hombre de infausto recuerdo para todo aquel con la suficiente capacidad de discernimiento como para no dejarse seducir por los cantos de sirena de la multinacional más antigua del planeta: la iglesia católica.
El siguiente personaje era un hombre de vasta cultura, que posiblemente podía haber apuntado más alto de no ser por su férreo y ciego seguimiento del hombrecillo anterior. Manuel Fraga fue otro con las manos manchadas de sangre, aunque luego se las lavo en Palomares. Legendaria la elegancia de su bañador, el porte de su físico equilibrado, y su característico e hipnótico modo de caminar que recordaba a los pingüinos emperador, o a los pingüinos en general. Dejémonos de discriminaciones.
Un particular y sui generis Goebbels a la gallega. Quizás no tan efectivo en el corto plazo, pero letal en las distancias largas. Todavía en Galicia, al igual que con el primer personaje, hay quien lo echa de menos. Hombre de carácter huraño y malencarado, que a muchos menos de los deseados, nos producía un enorme rechazo.
Después tenemos al lector del Marca por antonomasia. Aunque claro, dada su capacidad intelectual, congratulémonos: menos da una piedra. Si no entendía su propia letra como para entender el Ulises de Joyce. Un hombre que cada vez que hablaba subía el pan. Sin embargo, nada ni nadie podría adelantarnos que aún se podía llegar más lejos en esa carrera de estulticia, ocurrencias y ausencia de sentido del ridículo. Mariano Rajoy es un maestro en todo lo anterior, pero empequeñece ante el supremo Feijóo, también conocido como Feijóo El Blanco (o Caracuruxa, Caralechuza). Aclaro que no por su parentesco con Gandalf El Gris, de El Señor de los Anillos, sino por uno de sus hobbies. Feijóo suma a todas las “virtudes” de Rajoy, una chulería y prepotencia qué conocido el personaje, no tiene otra explicación posible que ser un eslabón más de su ignorancia supina.
Como acabamos de comprobar, se están extinguiendo, y se han extinguido, animales que no lo merecían en absoluto. Sin embargo, los que sí deberían extinguirse, o por lo menos ir a nacer y desprestigiar otra parte del mundo, nada, ahí siguen. Creciendo a intervalos de tiempo periódicos como las malas hierbas. Toma sentido en esta situación la frase hecha de que en Galiza montamos un circo y nos crecen los enanos. En fin, es con lo que nos ha tocado lidiar. Por lo menos algunos y algunas aún tenemos la suficiente capacidad como para detectarlos, clasificarlos y señalarlos. Los demás tienen el consuelo de que la inteligencia no crece en los árboles. No me quejo más, esperemos que la situación se revierta y no tengamos que ver ninguna otra desaparición de una especie animal ni en Galiza ni en ningún sitio... A excepción de la plaga de Homo Cacicus Galaicus, claro está.
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