En ocasiones nos vamos voluntariamente del lugar donde más a gusto nos encontramos
No hace falta vivir en Madrid para poder disfrutar de cierta libertad. No mucha, la suficiente como para poder elegir pareja y poco más. Porque seamos sinceros, la mayoría de las personas no viven donde quieren, sino donde pueden. Lo mismo podemos decir de la alimentación. Comemos lo que está a nuestro alcance económico, y de vez en cuando, solo durante unos breves instantes, podemos hacernos la ilusión de que eso no es así. La entelequia dura hasta que vemos el saldo de la tarjeta y pensamos: vaya tontería gastar el dinero así, si total, se come para vivir, es una necesidad como ir al WC. Claro, claro, ni es placer, ni es nada.
Qué estupidez tener un yate como el del Ortiga, si Amoncio, el descendiente del dios egipcio Amón. ¡Vaya perdida de tiempo! Si total ir en yate marea. Y esto lo sabes tú y lo saben hasta en la Cochinchina. Que, por cierto, no has ido, porque lo de viajar está sobrevalorado y es propio de personas sin mundo interior.
Todo esto me lleva a pensar, que la persona que está en las antípodas de las mentes más privilegiadas del planeta, IDA, cuando dice que en Madriz ("su ciudad" acaba en z no en d, cosas de las élites) no te encuentras a tu ex, no está diciendo una gilipollez como las que acostumbra a decir, no. Es un hecho empíricamente demostrado, que la mayoría de exparejas no se encontrarían ni viviendo en Ampurias, ciudad greco-romana que lleva más de mil años abandonada, y, por tanto, deshabitada. Las exparejas se rehúyen, se esquivan, se evitan, se eluden en la mayoría de las ocasiones, excepto que uno de los dos esté saliendo con Brad Pitt o Scarlett Johansson, en cuyo caso buscarán ese encuentro con la misma obsesión que Vinicius busca los líos.
Como he demostrado con sólidos y contundentes argumentos, alejados del cuñadismo y tendentes al más prístino raciocinio, una de las escasas materias en las que podemos elegir a nuestro capricho se manifiesta en la libertad para elegir pareja (que Juancar, el benemérito, el pobre no pudo, y mirad como acabó: alcoholizado, cojo y desterrado).
Hete aquí que a veces el azar, por no disponer de mejor definición, obsequia a ambos miembros de la pareja con la gracia del amor recíproco. Este estado es algo sublime, que además proporciona muchas opciones lúdicas. A saber, sexo de calidad en cantidad, la posibilidad de que una excursión al pueblo de al lado pueda proporcionaros más satisfacción que un viaje al Taj Mahal... En fin, no hace falta que siga, total, lo importante es lo primero.
El estado o la condición de enamorado (el debate sobre su definición sigue abierto) provoca lo que antaño se conoció como "efecto Gran Hermano", todo se magnifica, aunque en realidad, esta magnificación es más antigua que el insulto. Este último nació de la negativa, por cierto. Os lo aclaro que os veo más perdidos que Feijoo en un libro de George Orwell. La primera vez que un ser humano negó a otro algo, lo que fuera, comida, sexo o un palo, el otro indefectiblemente pensó o exteriorizo verbalmente (en función de su gallardía) las siguientes palabras: Hijo puta! Aquí nació el insulto.
En definitiva, lo que quiero decir, es que hay pocas cosas más irracionales, que dos personas fuertemente unidas por un sentimiento irracional como el amor, se separen a causa de discusiones que se podrían resolver de un modo racional. Después, esas personas, empujadas por otro sentimiento irracional denominado orgullo, se mantendrán alejadas, soportando el propio sufrimiento por la falta del ser amado, pero jurando y perjurando que el masoquismo les parece cosa de tarados. Claro, claro. Somos seres racionales. ¿Alguien lo duda? Hijo puta!
Me he reído mucho con tus comentarios. Saludos y buen finde.
ResponderEliminarMe alegro mucho, es lo mejor que me podías decir, gracias y saludos!! Buen finde 😊
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