Los jóvenes no escuchan radio, de modo que podemos utilizar este hecho para calcular la edad de una persona

Actualmente, desde mi punto de vista, poca o ninguna música popular de la que suena habitualmente en las emisoras de radiofórmula o copa las listas de los más escuchados de las plataformas de streaming, reúne una mínima calidad musical. Ni siquiera la suficiente como para que la denomine música en lugar de basura o pastiche. Acabó de empezar a escribir y, como un caracol, ya he dejado una pista que denota inequívocamente el rango de edad en el que me encuentro. Dicho de otra forma, os doy un billete de quinientos euros a cada uno de vosotros que me señale a una persona menor de veinte años que escuché la radio o sea consciente tan siquiera de su existencia. A pesar de tener fe ciega en el resultado indefectiblemente favorable de mi apuesta, alguno de vosotros, público perspicaz y resabiado donde los haya, será conocedor de que los billetes de quinientos euros ya no son de curso legal. Todo tiene su porqué. Digamos que no hay nadie infalible, sino a ver por qué Arnold Swarzenegger llevaba (o lleva) guardaespaldas. Más claro, la no existencia de los billetes de quinientos euros es como la red de ese trapecista que se cree bueno, muy bueno, pero también es consciente de que una mala noche la tiene cualquiera.

Hemos descubierto que hay otra forma de conocer la edad de una persona, sin cometer la absoluta falta de decoro que supone preguntarla directamente como una vulgar sabandija. Las canas, las arrugas, esa forma de vestir que te hace parecer un personaje de un film de Buster Keaton, esa forma de hablar que te recuerda a la voz del NO-DO, o el hecho de que escuches la radio. Todas las anteriores son formas subrepticias de averiguar, con un razonable margen de error, los años que llevas encima de este planeta.

Podemos decir, que el hecho de que una persona escuche la radio ya la sitúa en una mínima franja de edad. A partir de ahí, para ir afinando, debemos conocer qué tipo de programas escucha y en que cadenas. Con esto, seremos capaces incluso de barruntar el nivel de inteligencia. El intelecto que posee, si es el caso, claro. Porque bien puede tener solo un pequeño cerebro reptiliano y las amígdalas. El resto quizás no sea nada más que relleno, para evitar que el cráneo suene a hueco cuando se golpea contra un objeto contundente. Seguramente pensaréis que exagero, que me quiero hacer el gracioso. Una rápida ojeada a un noticiario al azar eliminará vuestras dudas de un plumazo, de un golpe certero y brutal, como los que propinaba Tyson en sus tiempos. El mundo no está dirigido por la razón. Ergo, si esta radica en el cerebro, colegimos que buena parte de las personas no poseen el susodicho órgano. Ahora solo tenemos que acudir a la estadística para afirmar que una parte de esas personas que no poseen un cerebro completo y funcional, son las mismas que dirigen nuestros destinos. Hay casos clarísimos de esto que estoy diciendo, Santiago Abascal sería un claro ejemplo, aunque hay muchos más.

En conclusión, hemos establecido que el hecho de escuchar radio nos sitúa en una franja de edad alejada de la juventud. También, que Santiago Abascal es posible que no tenga un cerebro completo y funcional. Asimismo, es posible que el susodicho escuche radio. Todo esto nos lleva a la terrible posibilidad de que si escuchamos la radio, ya estamos un poquito más cerca de Santiago Abascal. Debemos tener cuidado si no queremos que la cosa pase de ahí. Entretanto, no os incomodéis, seguid durmiendo con normalidad y sin pesadillas abascalescas. Disfrutad de la maravillosa radio, que esta vez igual sí que es verdad que se acaba. ¿Quién sabe?

Abascalesco/a: Dícese de algo que carece absolutamente de sentido y en consecuencia tiende a la entropía.

Más información: https://theconversation.com/a-la-generacion-z-no-le-interesa-la-radio-interesa-ella-a-la-radio-197244