RUBIALES, LA CASPA Y RANCIEDAD DEL FÚTBOL PERSONIFICADA

La selección española femenina de fútbol se ha proclamado campeona del mundo

En principio a mí esta noticia me importa tanto como el comportamiento sexual de la almeja antártica, en caso de existir. Sin embargo, hay ciertos matices que es posible que merezcan, no descarto estar equivocado también en esto, un análisis más concienzudo. 
En primer lugar, hay que considerar que el deporte actual no es más que una gran mentira, que nos venden unos valores del deporte, que son una cortina de humo que intenta ocultar otro objetivo, que en realidad lo único que importa es ganar y generar dinero, y si no, no eres nadie. 
Fijaos durante las Olimpiadas como se anuncian a bombo y platillo medallas en deportes que ni sabías que existían. Calma, no vas a volver oír hablar de ellos, por qué los medios no volverán a hablar de ellos.  Los responsables de las áreas deportivas de los noticieros suelen ser futboleros y siguen la máxima: Un solo cerebro, un solo deporte. 
No dan para más.
Dicho esto, y sabiendo como se las gastan en el estado español, lo único que supone para todos los ciudadanos la consecución de este título es un desorbitado desembolso económico en sueldos, premios, etc., que, naturalmente, pagamos todos, queramos o no. 
En segundo término, no me gusta el fútbol. Y esto implica que me da igual que jueguen hombres o mujeres, equipos grandes o pequeños: no me gusta el fútbol. Lo remarco por algo que he escuchado en no pocas ocasiones. Existen ciertas personas a las que no les gusta el fútbol de hombres, y si el de mujeres, o a la inversa; o no les gustan los equipos grandes, pero si los pequeños y humildes, como si estos últimos no jugaran las mismas y corruptas competiciones que los grandes, como si sus futbolistas, tuvieran más cultura e inteligencia que un futbolista profesional medio.
El fútbol es un mundo de corrupción, donde siniestros personajes como Florentino Pérez, Jesús Gil, José María del Nido y una lista comparable a la de los reyes godos, actúan o han actuado como si de auténticos capos de la mafia se tratara. El caso de Florentino Pérez es especialmente sangrante, como bien relata Fonsi Loaiza en su libro, Florentino Pérez, el poder del palco
El mundo del fútbol, en general, es un caldo de cultivo de incultura, bajos instintos, racismo, homofobia, misoginia, violencia y en definitiva, la peor cara del ser humano, por mucho que se nos intente vender lo contrario. 
Quizá por todo lo anterior, me parece de una hipocresía mayúscula, que se destaque que un personaje deleznable como es Rubiales, para celebrar el triunfo de la sección femenina de la federación que preside, en un arranque de machismo exacerbado o por un impulso cariñoso, es indiferente, besara en la boca a una futbolista que está ahí porque no se solidarizó con la huelga que protagonizaron sus compañeras denunciando determinados comportamientos. De hecho, introducirse voluntariamente en el mundillo futbolero, para después denunciar unos comportamientos que, a día de hoy, son la moneda de cambio común del espacio, me parece ridículo. 
¿Alguien se imagina que una futbolista saliera recitando a Pablo Neruda y quejándose amargamente de la falta de cultura y de seguimiento poético en el furbol? Sería ridículo, los futbolistas no son personas de letras, sino de números: los que salen en sus contratos y los que portan en sus camisetas. 
De ahí no los saques que se atoran. 
Pero bien, cada una es muy libre de hacer lo que le plazca. Cuando me condonen o aplacen mis posibles deudas tributarias, del mismo modo que habitualmente sucede con los grandes clubes futboleros, igual cambia mi modo de pensar, quién sabe…


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